ENTREVISTA
CONVERSANDO CON JOSÉ PRATS SARIOL
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José Prats Sariol
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Entrevista de Harold Alvarado Tenorio |

José Prats Sariol hizo estudios de Literatura en la Universidad de la Habana con José Lezama Lima. Crítico literario, novelista, ensayista y profesor universitario, ha publicado una extensa obra entre la que se cuentan las novelas Mariel (1997, 1999), Guanago Gay (2001) y los Estudios sobre poesía cubana (1988), Criticar al crítico (1983) y Fabelo (1994). Hizo parte del grupo de críticos literarios que preparó la edición cumbre de Paradiso, la novela de José Lezama Lima para la UNESCO en 1988. Ha ofrecido conferencias en universidades y centros culturales de Austria, Bélgica, Canadá, Dinamarca, Francia, Alemania, Holanda, Italia, México, Noruega, Rusia, España, Suecia, Suiza, Estados Unidos y Venezuela.
-¿Quienes son sus antepasados, entiendo que hizo estudios aquí en La Habana?– Catalanes emigrantes a principios del siglo pasado. Llegaron a La Habana de Barcelona con una mano alante y la otra sobre sus padres, que se conocieron en el vapor Esperanza o Saudades, pero la pobre realidad siempre pobre lo llamó Marqués de Comillas. Con el Prats también llegó el Sariol, más cercano a la zona valenciana. Por eso me encanta leer en catalán y comer pan con tomate, pero ni soy numismático ni me creo una rambla, aunque admiro mucho a Jaime Gil de Biedma, sus poemas y desenfados y traducciones. Mi padre, médico cirujano, era de un pueblo sin mar llamado Victoria de las Tunas. Mi madre, enfermera, de Manzanillo, puerto de mosquitos malabaristas, lisetas fritas y fango que baja de las lomas. Pero el azar me hizo nacer bajo el signo de Cáncer, un 21 de julio de 1946, en esta capital inmortal e inmemorial, donde dobla la Corriente del Golfo para formar el súper sincretismo caribeño. Aquí cada año espero la nueva flota, que es la vieja disfrazada. Mis estudios, por demoledor orden de importancia, han sido el Curso Délfico de Lezama y la Escuela de Letras de la Universidad, pero quién no es autodidacta. Mi tesis sobre la revista Orígenes me enseñó a leer y a reflexionar.
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– ¿No te parece suficiente? |
-Dicen quienes le conocen que se inició como escritor haciendo textos para tiras cómicas…
-Leyendo comics. Tuve esa suerte. Escribí globitos para Disney porque algunos no me gustaban o no tenía dinero para comprar otro muñequito -como le decíamos. Lo demás es terreno llano, el burrito Platero y los recitales infantiles con ademanes zarzueleros. Uno no elige la vocación, puede o no desarrollarla, más nada. Desde niño sé que soy escritor. Bueno, malo, regular, pero sin géneros literarios ni sexismos, sin racimos ni credos políticos dogmáticos o estéticas catequistas. A secas, sin hielo para que las maracas no me suenen a folclorismos mentales.
-¿Se siente usted tan cubano como algunos de sus compatriotas, importa de verdad hoy la historia y el paisaje?
-Tampoco uno elige el país. Ahora con la globalización uno se siente parte de la lengua española, que fuera castellana, no de la atroz historia que nos desmenuzó. Mi paisaje espiritual sólo tiene en Cuba su inevitable referencia logística. Un punto de apoyo. Decir lo contrario es demagogia, teleología insular, manipulación de José Martí con tanta cita difusa y golpes de pecho, oportunismo nacionalista. ¿Lo cubano? Entre pamplinas queda el mar como frontera y desafío mañanero, la brisa salobre cuando entran los frentes fríos, una tarde en que la besé cerca de la Catedral. Como ves, sólo queda una aburrida enumeración, de la que tanto abusan los escritores que se creen almaceneros. Mi patriotismo comienza aquí, en tu casa del barrio de Santos Suárez, no puedo buscar una identidad que ya tengo. ¿Todavía convocan a congresos sobre la identidad? La mayoría ni se conocen a sí mismos, que sería bastante para esta precaria, frágil existencia en un planeta enfermo, lleno de brutales desigualdades neoliberalistas. Cuba es mi familia, yo sin patrioterismos huecos y mi vecino de enfrente, el que me arregla el carro cuando le echo aceite ruso, mi biblioteca de tantos años y alegrías, mi perro Heine y uno nuevo, Fedro, un dálmata que come como un batallón normando. Como ves, Cuba es otra enumeración que termina en el Cementerio de Colón, desde donde me vigilan mis muertos.
-Usted es mas conocido como crítico literario que como narrador? |
-¿Quién te ha dicho a ti que yo soy crítico literario? ¡Qué va, mi hermano! Soy un ladrón de metáforas. Les robo a ustedes cada día, impunemente. Escribo sobre lo que leo porque desconfío de mi memoria, sobre todo de la memoria afectiva que Proust nos legara. En realidad padezco del mismo escepticismo de Eliot, ¿recuerdas las conferencias en Harvard sobre la función de la poesía y la de la crítica? A lo mejor es para alimentar mis narraciones, las fricciones que saltan sobre dicciones y ficciones. La mejor crítica que he escrito es Mariel y otra novela que estoy terminando: Las penas de la joven Lila. Mis mejores cuentos -los de Erótica y los que estoy agrupando bajo El póquer colorado- se basan en experiencias verbales que me han modificado, lejanas del engagé porque me interesa más la emoción de las palabras que el suceso que las motiva. El único fanatismo que padezco es leer, sobre todo poesías. Tal vez lo de crítico sea una especie de purga. Acabo de escribir un largo ensayo: «¡No leas poesía!», que profesaré en alguna universidad benévola como acto de contrición. Hablo en serio, aunque no me tome en serio. Mi aptitud para distinguir un poema bueno es, sin embargo, un orgullo, trato de transmitir esa pasión.
-De todas maneras sus viajes los hace como crítico literario…
-Soñé de adolescente que un gnomo de Samuel Becket me aconsejaba: «Como usted le tiene terror a viajar dentro de sí mismo, debe refugiarse en Hide Park y en Time Square, en el Carnavalet y en Playa de Gato, cercana a Almería, donde José Ángel Valente le servirá de anfitrión para que le cuente de María Zambrano en Cuba. Usted será un viajero perenne desde su largo lagarto verde». Le hice caso, con rima y todo y Nicolás Guillén. Esquiar en los Alpes cerca de Berna y subir al Teocali de Cholula parecen formas de escape, pero, ¿no crees que sean aventuras del espíritu? ¿Volveré al restaurante de madera, en la esquina del barrio alemán de Bergen donde comí bacalao con frutillas laponas, al club de Hamburg donde los Beatles empezaron, al de jazz cercano a la terminal de trenes de Ámsterdam? Mis constantes viajes me hacen más perecedero, porque recuerdo cuando jugué ajedrez con Arreola y me contó cómo le ganaba a la computadora en el último nivel, cuando conversé con tu tocayo Bloom sobre el agón inexorable en su casa de New Haven… Deseo ahora mismo bañarme en el Magdalena, aunque me han dicho que está muy contaminado de pobreza y terrorismo. Te envidio tu viaje a China. Comeremos juntos en Bailadores con Iván Vivas y Jesús Soto, de nuevo en los Andes. Pereceremos, Harold, dentro de una canoa que boga, boga, boga.
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-¿Como fue su relación con José Lezama Lima? |
-Mi compadre y testigo de boda José Lezama Lima apenas viajó unos días a México y otros pocos a Jamaica. ¿Ves que no hay recetas? Fue mi maestro, tuve ese privilegio desde la adolescencia gracias a la madrina de mi madre, que era su secretaria. He escrito mucho sobre él, así que allí te remito. Acabo de publicar un ensayo sobre la imagen visual en su obra y Tecnos en su colección Metrópolis reedita en España La materia artizada, donde compilé y prologué sus críticas de arte. Las críticas de un hombre que nunca estuvo en ningún museo de importancia… Me gustaría simbolizar en él y en Virgilio Piñera un contrapunto cuyas tensiones enorgullecen las letras cubanas. Sobre ese “te odio mi amor” publiqué un ensayo en Francia. Conocí a Carpentier, pero cuando Guillermo Cabrera Infante se fue yo era un adolescente que no frecuentaba El Carmelo de Calzada. Cine o sardina, no tenía dinero para sentarme en aquellas mesas caras porque me dio por comprar a Bernard Shaw y un librero de segunda mano hacía zafra con mis ahorros. Conozco a muchos de cuatro generaciones. Fina García Marruz y Cintio Vitier (Acaban de otorgarle el Premio Juan Rulfo) me asistieron en mi tesis y en tantas orientaciones polémicas. Tuve el privilegio de la amistad con Gastón Baquero, de dar en la Cátedra Iberoamericana la primera conferencia en Cuba sobre su poesía desde 1957. Orgullo sin prejuicio. Recibo semanalmente a un pequeño grupo de estudiantes y poetas, les presto libros, leo sus manuscritos, trato de tributar mi afluente al río del Curso Délfico, a la opertura palatal, la galería aporética y el horno transmutativo.
-Le tocó a usted en suerte vivir toda su vida en la Cuba de Castro…
-Ya no sé cuántas veces me he leído Masa y poder de Elías Canetti, en cuya biblioteca -hoy en la universidad de Zürich- encontré un ejemplar de La rebelión de las masas. La fenomenología y Husserl me enseñan a poner entre paréntesis. Amo las paradojas. «Muero porque no muero». Nunca he decidido vivir fuera de mi país, tal vez quise seguir a Lezama hasta en lo más insignificante… ¿Dónde se vive sanamente? ¿Cómo va lo de calidad de vida -Ciorán y la podredumbre- mientras avanzan el terrorismo y la corrupción, las guerras locales y la depredación del planeta, las desigualdades y la trivialización internáutica?
En Cuba, a pesar de las paradojas (La más simpática es que nunca antes dependimos tanto del enorme vecino norteño) y de las más raras sinécdoques (La parte por el todo: un partido se identifica con la nación), madrugo para que no me madruguen, cuelo café, camino y a que la inspiración me sorprenda trabajando hasta el almuerzo. Siesta y a leer anotando. Monotonía aderezada con búsquedas de las más disímiles que puedas imaginar: boniato para los dueños de los perros y para los perros, la sagrada cola del pan, un carpintero que siempre dice que va a venir mañana, las impertinencias del teléfono con chismes de la fauna y flora literaria. Después del baño no dejo de ver el Noticiero Nacional de televisión de las 8 p.m. Allí, a través de sus imágenes triunfalistas, me como un bistec de res virtual. Suspiro.
Una vez a la semana, voy a la casa de un amigo extranjero que tiene acceso a Internet. Mi teléfono es sólo local, pero a veces me llama Mape, mi hija mayor, desde Miramar, cerca de Fort Lauderdale, y unos cuantos que no se olvidan. Cuando el carro funciona (un mini Fiat Polski de 1983) nos llegamos Maruchi, mi mujer; Ariadna, mi hija menor; Félix Julio, el novio; y yo hasta Santa María del Mar o hasta el Auditorium Amadeo Roldán. Espero un concierto de la Sinfónica con ballenatos.
Practico el trago social, pero cada vez tomo menos, sin Abstemia Cruz -la mujer de Carlos Fuentes. Hace unos quince años el verbo más popular en Cuba era inventar. Después fue escapar. Ahora -me comenta mi amigo el poeta Raúl Rivero- es esperar. Fumando espero, Harold, sin masoquismos ni utopías. ¿Has leído a Canetti?
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