‘JAQUECAS’ (relato breve 8 de marzo)

Esa mañana Susana se había levantado con dolor de cabeza, como tantos otros días. A veces pensaba que sus jaquecas eran una especie de pantalla o escudo que le bloqueaba para no tener que enfrentarse a una tortura mucho más lacerante. El dolor físico la dejaba paralizada, sin capacidad para pensar, mucho menos para hacer planes. En ocasiones, se le ocurría que era ella misma quien se provocaba las cefaleas para ir retrasando su decisión.

Enchufó la cafetera mientras sentía aquellos pinchazos en la frente y en las sienes, y se fue irritando cada vez más, porque a la sensación de encontrarse en un callejón sin salida se sumó ahora el sentimiento de culpa. ¿Se podía ser más patética? ¿Culpa de qué?

Llevaba cinco años conviviendo con aquel hombre que supo embaucarla al principio con bonitas palabras y que, en cuanto la tuvo bajo el mismo techo, olvidó las normas básicas del respeto. Nunca la había pegado, es verdad, pero la había vejado de todas las formas posibles. Golpes ocultos, que no dejan huella, pero duelen más que muchos puñetazos. Y Susana no terminaba de tener claro que aquella vez que ella dijo no y él la forzó a pesar de todo, no hubiera sido una violación. Por entonces todavía no se debatía en el Congreso la ley de ‘Sólo sí es sí’, pero, legislados o no, los hechos eran los hechos y se habían quedado allí, como pájaros muertos entre las sábanas arrugadas.

Seguramente, no lo recuerda bien, ella lo encubrió con un dolor de cabeza a la mañana siguiente, ese sistema infalible que le impedía pensar. En cambio él no precisaba de ningún recurso para enfrentar la jornada con el aplomo y la certeza de un macho alfa en su plenitud. Con ese temple salió de casa hacia el trabajo, sin una excusa, sin un gesto de afecto. Y a Susana se le enfrió el café en la taza. Sería demasiado decir que tuvo una experiencia extracorpórea, pero creyó verse a sí misma desde fuera con una mezcla de pena y coraje que consiguió por fin ponerla en marcha. Enchufó la cafetera de nuevo y se tomó una taza bien caliente junto con un potente analgésico.

No disponía de elementos para denunciarlo, eso lo sabía bien. En su estrategia de depredador, había conseguido aislarla del resto del mundo: familia, amigas, conocidos. No había testigos de sus afrentas en la intimidad. Tampoco la dejaba trabajar, así que su dependencia económica era completa. Todo eso debía de ser lo que la había mantenido paralizada. Pero ya era suficiente, se dijo. Tenía que buscar ayuda.

Se desnudó con rabia del entumecimiento que la tenía presa y, sobre todo, de aquella culpa infundada. Se vistió con ropa limpia y salió a la calle con el propósito de no mirar atrás. Podía ser un 8 de marzo.

E.Z. 8 marzo 2023

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