DIVAGACIONES

DOS ESPÍRITUS ( marzo 2017)

CONCERTINAS  (septiembre 2015)

DISCUSIONES DE ALTO VOLTAJE (agosto 2014)

MENTIRAS QUE NO LO SON (enero 2014)

EN PASADO (enero 2014)

NO MIRES ATRÁS  (febrero 2013)

LAS MARIPOSAS MUTANTES DE FUKUSHIMA

mariposa iridiscentes

Se transmitían  por el aire aunque no se vieran. Unos dijeron que eran ondas magnéticas, otros que radioactivas. Su efecto fue rápido y letal. Los adultos ni siquiera tuvieron tiempo de percatarse, mientras se afanaban en conseguir el último modelo de aparato tecnológico para sus retoños, que esperaban cada uno en su nido como larvas hambrientas.

En el instante en que cada infante tuvo en sus manos el artilugio correspondiente, en respuesta a un mensaje subliminal, dejaron de leer al unísono. Leer como se había hecho hasta entonces. De repente, todo se volvió intuitivo. Bastaba con apretar botones.

El mundo se enfrentaba a una nueva forma de interpretar la realidad mediante códigos desconocidos.

                                                                                                     ©  Esther Zorrozua, 30/12/12

BEDA EL VENERABLE

 

Hay poca información sobre él. Benedictino inglés (672-735). Se le conoce sobre todo como autor de “Historia eclesiástica del pueblo de los Anglos” y por haber puesto en práctica el lema de su orden “ora el labora” durante toda su vida, desde los 7 años en que sus padres lo entregaron a un monasterio. Las biografías a libre disposición están llenas de tópicos, sin embargo el dato que aporta Osvaldo Picardo es de lo más sustancioso: cuenta que revolucionó la forma de leer estableciendo dónde debían ir las pausas, entonar preguntas, alzar o bajar la voz sugiriendo una confesión o una ironía. Es decir, dotando al texto de vida y de autonomía.

 

Yo creo que se trata de un testimonio apócrifo o de un  largo que se ha tirado el articulista. Osvaldo Picardo es un poeta argentino 5 meses más joven que yo, con 6 poemarios publicados y una entrada propia en Wikipedia. Y una gran labia, un rasgo inherente que a la mayoría de los latinos les viene de serie junto con la partida de nacimiento.

 

¿Cómo se puede imaginar que civilizaciones como la griega y la latina, o la hebrea, un poco más al este, o todo el mundo oriental, con milenios de cultura e infinidad de textos llenos de enjundia, leyeran sin hacer pausas, sin entonación, sin dramatizar el contenido? ¿Cómo se puede pensar siquiera que el mundo entero, dueño en origen de la literatura oral, pueblos acostumbrados a contar y a fabular, al enfrentarse a un texto escrito lo recitaran como una letanía sin principio ni fin? América es un continente joven, pero también ellos tuvieron brillantes civilizaciones precolombinas. Se sabe que mayas y aztecas produjeron ricas cosmogonías escritas que, haciendo el camino inverso, han llegado a nosotros a través de la vía oral. ¿También ellos leían como quien reza sin ganas? ¿Sobre todo teniendo en cuenta que el lector se dirigía, en general, a un público analfabeto que necesitaba el apoyo de la dramatización para hacerse eco de las historias que escuchaba?

 

Los contadores de historias que han tenido todos los pueblos (juglares, trovadores, habladores…) eran gente hábil, que conocía los mecanismos que movían a su público. Además, era habitual que al terminar la recitación solicitasen de sus oyentes un donativo. ¿Cómo no iban a contar o a leer con fundamento? Se estaban jugando su salario.

 

Deduzco, por tanto, que si es cierto lo atribuido al bueno de Beda, se trataría más bien de una reconducción, de un recordatorio sobre cómo había que leer para hacer del texto un relato verosímil que despertase emociones. Algo parecido a lo que yo hago cada día en mis aulas. Solo que yo no gozo del hipotético prestigio de Beda y no cosecho ningún resultado. Tampoco sé si a él lo escuchaban y le hacían caso. Osvaldo Picardo no llega tan lejos en sus precisiones. Quizá Beda el Venerable, con todo su renombre, no era más que un colega que, como yo, predicaba en el desierto.

 

Dicen los testimonios de la época que en la Edad Media toda Europa era un bosque inmenso, así que el desierto de Beda debía de ser pequeñito. Los siglos y la mano humana han ido desertizando grandes zonas. De ahí mi desazón: el desierto (y admito toda clase de interpretaciones del desierto como metáfora) se ha hecho mucho más grande y, contra todo pronóstico, incluso contra el propio origen etimológico del término, el desierto de hoy está muy concurrido. Lo pueblan toda clase de seres variopintos que van y vienen sin mapa y que balbucean más que leen,  desde luego, sin hacer pausas, sin entonar y sin expresar absolutamente nada.

 

No sé si Osvaldo Picardo conocerá algún conjuro para convocar a Beda el Venerable. En la era de las redes sociales, no será  difícil averiguarlo. Porque, si el benedictino conocía las claves, estaría bien organizarle una gira por los institutos de este país para ayudar a recuperar un hábito que jamás debiera haberse perdido.

 

 

 

 

© E.Z., 1 febrero 2012

DE CERCA, NADIE ES NORMAL

Me gusta disponer de una campana de aire a mi alrededor. No me agrada esa gente que se aproxima demasiado al hablar. Se trata de una formulación simple que me lleva a una reflexión. Hay personas que invaden el espacio vital del interlocutor, le echan el aliento e incluso algún perdigonazo que otro, avanzan incansables obligando al otro a recular hasta acorralarlo contra una pared o arrimarlo hasta el borde de un precipicio y, cuando lo han colocado en una situación límite en la que todo indica que aquello no puede empeorar, le echan a uno la mano encima, le palmean la espalda sin ninguna clase de consideración, le zarandean el brazo o le soban los riñones, como si estuviesen estudiando al tacto la mercancía con la que más tarde piensan comerciar.

Esos asediadores profesionales actúan con tal convicción y naturalidad que pueden llevar a pensar a su víctima que sufre alguna carencia afectiva por la que rechaza el contacto directo con sus semejantes. Si el acosado se siente con bastante presencia de ánimo, es el momento de racionalizar para distinguir entre el roce buscado y deseado, y el tocamiento impuesto; es también la ocasión de sacar fuerzas de flaqueza y gritarle al agresor que lo que necesita es una de esas pelotitas de goma que tanto ayudan a relajarse mientras uno las manosea y las soba hasta aburrirse, uno de esos juguetes con los que a menudo se distraen las mascotas.

Pero si lo que ocurre es, como sucede habitualmente, que la presa queda inmovilizada igual que si le hubiesen inoculado una sustancia paralizante, siempre se puede recurrir a estudiar al enemigo en la distancia corta y observar que la piel de sus carrillos presenta unos poros como cráteres, rellenos de una sustancia negruzca muy desagradable; que de sus orificios nasales asoman unos pelos más que antiestéticos; que las ojeras se le han quedado a mitad de camino entre las bolsas y el plisado jurásico; que la frente es un campo roturado por un arado profundo de cuatro dientes; en fin, que nada casa con nada, que la armonía no es más que un deseo incumplido y que, de cerca, nadie es normal.

Con un poco de suerte, para cuando el acorralado haya acabado con su evaluación, el asediador también habrá terminado con su discurso, y la autoestima del primero habrá salido fortalecida de su confrontación con esa anomalía de la naturaleza. ¿Venganza fortuita? No, no se trata de un episodio de héroes y villanos, sino de pura supervivencia cotidiana.

© E.Z. 20 enero 2012

LAS MORTAJAS NO TIENEN BOLSILLOS

Se nos olvida a menudo que partiremos como llegamos, que no habrá quien pueda llevarse bajo el brazo ni los títulos de posesión de la heredad que siempre fue de la familia, ni la moneda romana que se escamoteó en una excavación aquel verano que estuvo en el campo de trabajo y que siempre ha utilizado como fetiche, ni aquellos versos que marcaron su pubertad dubitativa con un temblor nuevo, ni aquel beso que hacía arder su piel cada vez que lo evocaba incluso mucho tiempo después de olvidar a quién pertenecían los labios oferentes, ni el reconfortante olor a manzanas asadas que inundaba la casa de la abuela en las tardes cenicientas de otoño confirmándole a uno el sentido de pertenencia a un lugar… Nada, ni la propia identidad. Todo se quedará a este lado de la Estigia. Y si eso es así y lo sabemos, ¿a qué viene tanto afán de coleccionista enloquecido, de juntaobjetos absurdo, de pujas hasta la extenuación, de zancadillas al rival, de luchas encarnizadas por la posesión? Los comportamientos humanos resultan a veces extraños, sorprendentes e incomprensibles.

© E.Z., 13 agosto 2010

LITERATURA INDEPENDIENTE

Las palabras son engañosas, incluso cuando se utilizan con la intención más limpia. Son tantos los matices que ofrecen por sí mismas y tantas las manipulaciones a que han sido sometidas que a menudo se han ido quedando vacías de contenido. ¿Qué quiere decir literatura independiente? En un mundo sujeto a tantas redes que se entrecruzan en una tela de araña inabarcable, no queda nada que sea independiente, ni la literatura, ni la política, ni la ciencia, ni el fútbol.

A nivel externo, dependen de alianzas estratégicas, de subvenciones imprescindibles, de las opiniones de ciertos santones sin las que es imposible medrar, de llegar antes que el contrario para fichar a tal o cual figura. A un nivel más personal, la literatura es cautiva de infinitos motivos, unos más sutiles que otros. En la literatura vertemos nuestras experiencias, desde los recuerdos del inconsciente infantil hasta lo que nos ha sucedido hace media hora, lo que hemos comido, lo que hemos soñado, lo que hemos leído, los viajes que hemos hecho, los que hemos deseado hacer, los que nos han contado, nuestras creencias, nuestra concepción del mundo, nuestros amores y desamores, el olor de aquel campo de lavanda, la brisa sobre la piel aquella otra tarde junto al mar, aquel beso, aquella traición sufrida y difícil de asumir, aquella cobardía propia de la que por suerte nadie se enteró, emociones como la ternura, tan difíciles de expresar, el dolor por aquel amigo que se fue, nuestros miedos irracionales, el encogimiento ante la inmensidad del universo, la injusticia que nos golpea, la admiración ante la belleza… ¿es suficiente?

Por eso, no podemos hablar de literatura independiente en rigor. En todo caso, habría que matizar: ¿independiente de qué? Y sospecho que la respuesta tampoco me dejaría satisfecha.

© Esther Zorrozua, 11 nov 09

«SARA MAGO»

“Dios es el silencio del universo, y el ser humano, el grito que da sentido a ese silencio”, en palabras de José Saramago. La narrativa del portugués no estaría seguramente en la reducida mochila que podría llevarme a una isla, si me obligaran a hacer un viaje. No tengo la osadía de discutir su calidad. Una lista interminable de premios lo avalan, entre ellos, el Nobel del 98 (aunque este galardón haya sido también cuestionado en multitud de ocasiones). Admitiendo que es un gran escritor, no he conseguido conectar con él. No es culpa suya ni mía. Los gustos se rigen por criterios muy raros y muy poco lógicos.

Sin embargo, hace años que admiro la figura de Saramago (Sara Mago, esa desconocida escritora de quien la Ministra de Cultura española en 1998 y hoy presidenta de la Comunidad de Madrid, la inefable Esperanza Aguirre, jamás había oído hablar cuando lo premiaron los suecos). Anécdotas apócrifas o reales aparte, desde que alcanzó proyección pública, sobre todo a partir de la publicación de “El Evangelio según Jesucristo” (1991), el portugués fue siempre un peso pesado que trabajó para remover las conciencias de una civilización anestesiada desde una ética con la solidez de lo obvio, pero presentada desde el ángulo sorprendente que sólo es capaz de aportar el lenguaje poético. Verdades como puños a base de metáforas, esa fue su estrategia para desarmar a auditorios enteros. Un mérito más que sobrado para impulsarme a rendirle este pequeño homenaje y para reconocer que echo de menos su presencia y su voz. Pero me queda el recuerdo vivo de esa mirada de búho sabio que desde el otro lado de sus gafas enormes decía a cada uno lo que no quería oír.

© E. Zorrozua, junio 2010

UNA VOZ RASPOSA

“Yo tenía una granja en África”. Siempre oigo esa voz de Karen Blixen como si le raspara algo en la garganta. Si fuese un hombre, no dudaría en atribuírselo al alcohol y al tabaco; en el caso de ella, lo entiendo más bien como huella de una vida muy vivida. No me consta que la sífilis que le contagió el bueno de Bror tuviera esa clase de efectos colaterales. Debe de ser otra cosa.

Es un deje sensual que trasmite todo el calor hasta la sofocación y toda la exuberancia de Kenia y predispone a creer cualquier cosa que ella quiera contar. No es sólo su voz: es su cuerpo, son los gestos de sus manos. Esa apariencia de languidez que encierra tanta decisión. La rareza que supone encontrar a una danesa en el centro del continente negro. La excepcionalidad de su carácter para hacer frente a los contratiempos. Y al mismo tiempo, su capacidad para el placer, ese saber disfrutar de lo que tiene: el paisaje, la bebida, la música, el rubio Denis.

No todo el mundo goza de credibilidad cuando habla, cuando cuenta una historia. Existe un don indefinible que se tiene o no se tiene.  Podemos admitir una excusa inverosímil del amigo que llega una hora tarde a la cita si la cuenta con convicción y podemos dudar de otro que alega hechos perfectamente factibles si nos parece que titubea o desvía la vista cuando estamos a punto de cruzarnos con ella. Karen Blixen posee ese don y escuchar sus palabras es acunarse con suavidad cuando sopla el viento en la sabana africana. Ella sabe cómo vestir las palabras, cómo pintarlas con los tonos adecuados; sabe elegir los motivos interesantes, desechar los tópicos, lanzar puentes y mantener la atención. Por eso es una gran narradora.

Desde que los primeros humanos se reunieron por primera vez en una caverna en torno a la primera hoguera, se han contado historias. De allí arranca una tradición que ha sobrevivido al curso de la historia y al desarrollo de la tecnología. El arte de fabular, que está ligado a la capacidad de soñar, es una de las potencialidades más humanas que nos permite trascendernos a nosotros mismos, vivir otras vidas que nuestras limitaciones biológicas nos impiden, corregir el pasado y adelantarnos al futuro, dar la vida y quitarla. No lo digo yo: es lo más parecido a suplantar a dios. Pero no todo vale. Hay que convencer, entretener, engatusar, seducir, engañar, sobornar, embaucar, dominar todos los trucos del ilusionismo sin revelar los secretos. Karen Blixen lo hace con la pericia de una experta. Sólo le raspa la voz, jamás la credibilidad, y yo trato de beber de sus fuentes.

© E.Zorrozua, 3 abril 2010

TRANSPARENCIAS

“Todo lo que es opaco fue antes transparente: el odio, la lascivia, la pasión, el fanatismo, la gula. Cada opacidad carga con su fantasma, vale decir con su transparencia. Los pensamientos pueden ser opacos, pero los sentimientos casi siempre son diáfanos”, dice Mario Benedetti en un libro de hermosas reflexiones, a veces divagaciones, al que titula “Vivir adrede”.

Resulta inquietante. En una primera lectura podemos interpretar cierto pesimismo, como si todo fuera siempre a peor, por efecto de alguna ley inexorable; como si los impulsos naturales que hacen brotar los sentimientos en estado puro, se volvieran sombríos, incluso sucios y un poco perversos al hacerlos pasar por el filtro de la razón en su proceso hacia los pensamientos.

Pero puede que a través de estas palabras hable el poeta desde el edén de la intuición, libre de prejuicios y convencionalismos, antes de dejarse someter por el corsé social del se debe y no se debe, en otras palabras, antes de dejarse cortar las alas. Porque el territorio de la poesía es una especie de infancia feliz donde basta sentir a través de cada uno de los poros para alcanzar una embriaguez que no deja resaca, una serenidad que tiene mucho de goce, de buen augurio y de viaje redondo. Benedetti, que parece haber visitado los dos hemisferios, no en calidad de turista accidental, sino de viajero atento que va tomando nota de cuanto sucede a su paso, hace su elección a favor de la transparencia, pero la hace desde el deseo, que es uno de los barrios de la poesía, sabiendo que, como ser humano, está obligado a transitar de por vida cruzando alternativamente la frontera en un sentido y en otro, del sentimiento al pensamiento, y al revés.

Y es curioso, porque siempre nos han enseñado que la capacidad de pensar es lo distingue a las personas de las que no lo son. Incluso parece que hay consenso en ese sentido. Y no creo que Benedetti esté renunciando a esa importante dimensión humana (no podría aunque quisiera y, paradójicamente, para llevar a cabo ese proceso tendría que valerse de la razón), sino que, de la misma manera que un lisiado prefiere apoyarse en la pierna sana que en la enferma, porque se siente más cómodo y más seguro, él elige el lado del sentimiento sobre el del pensamiento, porque es su tendencia natural, aun sabiendo que tendrá que valerse de ambos, igual que el lisiado. Es su elección y no hay por qué secundarlo. Incluso habrá quien considere una herejía este planteamiento.

Pero si seguimos afinando, habrá que concederle que la razón está siempre más sujeta a norma que el sentimiento y que, por tanto, al someter un objeto o una idea al pensamiento, sí pierde esa frescura que tuvo al principio, esa cualidad de transparencia que él le adjudica, y va ganando en opacidad.

No obstante, no conseguiríamos sobrevivir a puro golpe de sentimiento, o quizá sólo fuese posible en el territorio de la poesía. Necesitamos ejercitar también el pensamiento, y no sólo como un  mal menor, sino como una potencialidad que da excelentes resultados. Como tantas otras veces, tal vez lo ideal sea alcanzar una armonía entre ambos: eso tan difícil.

Quizá, a la larga, el exceso de transparencia llegue a cegar o a aburrir. No se ven las cosas mejor a pleno sol, donde se vuelven planas y sin relieve, sino en un luz y sombra que permite disfrutar de los detalles. No se ama más a alguien de quien lo sabemos absolutamente todo, sino a quien mantiene algún misterio en su vida que nos incita a permanecer a su lado al menos hasta que lo descubramos.

Admiro a Benedetti y puede que haya sacado sus palabras de contexto (reconozco que ha sido involuntario). Todo lo que escribe tiene música y arrastra. Pero a veces también hay un pequeño placer en enmendar la plana a uno de los grandes.

© E.Z., 15 mayo 09

CONFIDENCIAS

Un amigo acaba de hacerme una confesión. Hubo un momento en que escribir se convirtió para él en un descubrimiento de sí mismo y de su entorno. Pero nada es estático, aunque lo parezca. Las circunstancias de su vida han variado mucho y la escritura le produce ahora dolor, inseguridad, fragilidad y falta de intimidad.

Y es que la escritura, si es verdadera, no perdona. Siempre coloca al escritor frente a lo escrito. Es un espejo al que resulta difícil engañar porque a menudo saca de nosotros lo que ni siquiera sabíamos que estaba ahí alojado, en un recoveco olvidado, en el último pliegue de ese cerebro que se parece tanto a una nuez.

Escribir puede ser liberador y puede ser un castigo. Viene a ser como una bomba de relojería que hay que manejar con manos expertas y pulso firme. Supongo que todos tenemos temas tabú que sabemos que nunca tocaremos; si es caso, de refilón; porque enfrentarnos con ellos supondría descender a las cloacas de un sistema de saneamiento poco modélico por el que navegan cadáveres y espectros que creíamos bien enterrados. Son puertas que hay que cerrar y quizá tirar la llave, salir a la superficie y tomar aire ensanchando los pulmones. Al menos, hasta que estemos preparados para enfrentarlos.

Pero siguen quedando otros niveles que pueden producir muchas satisfacciones. La ficción es un gran laboratorio lleno de posibilidades donde se pueden resolver conflictos difíciles transitando mundos paralelos. O al menos, se pueden ensayar opciones. Se parece mucho, salvando las distancias, a esos consultorios a los que se llama para contar el caso “de un amigo que…” Todos reconocemos el juego, pero todos cooperamos. En la ficción ocurre lo mismo. Los personajes se convierten en aliados o en oponentes, libran ante nuestros ojos batallas de las que podemos aprender; a veces, por el sencillo esquema de prueba-error; otras, mediante procesos más elaborados que nos conducirán a metas imprevistas.

La escritura es un instrumento, pero también una vía de conocimiento. Está siempre a nuestra disposición. Pero de la misma forma que hay días o épocas en que a nuestro estómago no le sienta bien un plato muy especiado, también hay momentos en que la escritura puede sacar sarpullidos en las entretelas del alma. No hay razón para forzar nada: ya llegará la ocasión. Pasó a mejor vida el tiempo de las disciplinas férreas. Vivimos una etapa hedonista en la que el placer y las formas de conseguirlo se han convertido en la marca de la casa. Y, queramos o no, somos hijos de nuestro tiempo.

© Esther Zorrozua., 28 octubre 09

ALLÍ DONDE SE CRUZAN LOS CAMINOS

La vida es un mapa con pocas señales. Se puede preparar el viaje con meticulosidad, pero siempre hay factores que se le escapan incluso al mejor estratega. La supervivencia consiste en saber encajar los imprevistos, en desarrollar una intuición que nos guíe en cada encrucijada. Hasta más tarde no podremos comprobar si hemos elegido bien o mal. Es lo que tiene haber asumido un concepto de tiempo que circula en una sola dirección: que no se puede corregir la trayectoria.

Existe un mito antiguo, el Hechizo del Caminante de Nexos. Se trata de un viajero que avanza por un camino sin referencias; va buscando su destino, pero cada cierto tiempo se encuentra ante una encrucijada sin pistas de ninguna clase. Si elige la bifurcación correcta todo irá bien y continuará su búsqueda, pero si yerra, se abrirá ante él el Vacío Total, la Nada, donde se diluirá sin remedio. No existe la posibilidad de retroceder ni enmendar errores, y las ocasiones de equivocarse son muchas. Cada encrucijada es un Nexo que liga las distintas etapas de la Realidad. La existencia se presenta entonces como una cadena de trampas. Parece que hay pocas posibilidades de alcanzar el éxito y, sin embargo, todo depende de la disposición del Caminante.

Los mitos son interpretaciones de la realidad que no deben tomarse al pie de la letra, son fábulas construidas sobre arquetipos que hay que ir adaptando a la existencia según varíen las circunstancias. Pero en esencia, cada día nos pone la vida a todos nosotros en cruces de caminos sin que a menudo ni siquiera nos percatemos. Y a menudo también, decidimos sin apenas conciencia de adónde nos puede llevar cada bifurcación y cómo condicionará esa decisión la elección en las bifurcaciones consecutivas. No podemos saber qué hubiese pasado si aquella mañana de hace años nos hubiésemos parado a hablar con aquel desconocido que nos preguntó por una dirección; sólo nos fijamos en que tenía los ojos húmedos y las uñas de luto; le respondimos con rapidez, con pocas ganas, y pasamos de largo, porque llevábamos prisa. Tampoco sabemos qué hubiera sucedido si… Y así cientos de veces a lo largo de nuestro recorrido.

Seguramente, enloqueceríamos si nos obligásemos a racionalizar todas y cada una de las disyuntivas que se nos presentan. El extremo opuesto consiste en avanzar por el camino como una manada de zebús en estampida, impelidos sólo por la fuerza bruta del instinto biológico. Tal vez en el término medio se halle la postura más adecuada, esto es, cultivar una especie de intuición que desde la serenidad, nos lleve a considerar algunos cruces de caminos como apeaderos obligatorios en los que hacer un alto y calibrar con mirada atenta las posibles consecuencias de nuestras decisiones. Seguiremos equivocándonos, pero menos, y no será por atolondramiento, sino porque la vida es siempre un territorio inexplorado donde cada uno de nosotros somos pioneros que hollamos un suelo virgen y esa primicia exige un peaje continuo allí donde se cruzan los caminos. Al final del trayecto, nuestro mapa se habrá ido llenando de señales, advertencias, errores y logros. Pero es un mapa que no podremos dejar a nadie como legado, porque marca un itinerario único e irrepetible. Eso es, al mismo tiempo, lo terrible y lo prodigioso.

© E.Z., 24 febrero 09

COCODRILOS EN LOS BOLSILLOS

No es mía la expresión. La he tomado prestada del psiquiatra Imanol Kerejeta, que tiene un programa en la radio en el que desmenuza a un nivel muy divulgativo y cercano actitudes ante la vida que todos protagonizamos o de las que somos testigos alguna vez. Esta semana ha tratado sobre la generosidad y su opuesto, la tacañería. A los tacaños los ha descrito como gente que lleva cocodrilos en los bolsillos. La anécdota de punto de partida ha sido ese individuo que existe en todas las cuadrillas que siempre se las arregla para no pagar cuando le toca la ronda, bien escabulléndose al baño a la hora de sacar la cartera, o bien sacando un billete de quinientos euros, siempre el mismo, para el que el hostelero no suele tener cambios.

Digamos que esta es la caricatura de una actitud más profundamente mezquina. Porque quien enseña la oreja así en estos detalles suele cometer aberraciones de mayor peso específico en el terreno de la amistad y de los afectos, escatimando ayuda, consuelo y tiempo cuando alguien lo necesita, aunque luego son los primeros en quejarse si se les paga con la misma moneda.

Cuando se ha tenido una experiencia así con alguien, es frecuente evitarlo en adelante o, al menos, no contar con él si surge un apuro que requiera respuesta inmediata. Perdiendo se aprende, dicen. Claro que, a la larga, son ellos quienes pierden más.

Pero dejando a un lado el balance cuantitativo, si algo tienen en común todos estos tacaños es que suelen ser individuos profundamente infelices que jamás consiguen la tranquilidad. Deben de ser esos cocodrilos que llevan en los bolsillos los que los agitan sin tregua con infinidad de preocupaciones banales sobre si sus inversiones en bolsa conseguirán rendir lo previsto o se los llevará por delante la quiebra de un banco al que se desvió parte del fondo, corriendo un riesgo que para nada necesitaba; o sobre si le incluirán en la nómina de los invitados para el próximo acto social, todo brillo y oropel; o sobre si notarán los vecinos que últimamente compra marcas blancas en el supermercado para hacer frente a una crisis de la que se siente víctima, porque lo que no quiere de ninguna manera es tener que tocar los fondos a plazo fijo y perder parte de los intereses. Al final, el cocodrilo le muerde la mano y el tacaño termina siendo víctima de su propia tacañería. O sea, un desgraciado.

Cuánto más gratificante resulta afrontar la realidad con calma y con los medios que se tienen; lo que no quiere decir que no haya que tener cierta previsión muy recomendable por otra parte, pero sin obsesionarse y sin perder de vista una justa medida de las cosas. Es un lugar común que “no es más rico el que más tiene, sino el que menos necesita”, pero la sabiduría popular suele acertar en la mayoría de los casos. No hablemos ahora de bienes materiales, sino de tranquilidad. En una época vertiginosa a todos los niveles como la que nos ha tocado vivir, el sosiego se ha convertido en un bien siempre en alza, como el oro. Perder la serenidad por una actitud enfermiza y mezquina resta calidad de vida y resta la oportunidad de compartir bienes y afectos. Vamos, que no compensa. Los cocodrilos siempre han tenido fama de peligrosos y traidores. ¿Por qué correr el riesgo de llenarnos con ellos los bolsillos?

© E.Z., 15 febrero 09

EL SUEÑO DEL ESCARABAJO

 Franz evitaba mirar en aquella dirección. Lo hacía en los últimos días. Hasta entonces, cada mañana a las nueve, con asombrosa puntualidad, oía a Grete acercarse por el pasillo con pasos silenciosos, entornar la puerta solo lo justo y deslizar por el suelo una bandeja que contenía un cuenco de leche y varias rebanadas de pan. Se quedaba solo unos segundos contemplando a Franz con una mezcla de pena, asco y rabia, cerraba y se alejaba de forma sigilosa también. 

Pero hacía cuatro días que Franz empezó a notar la sutil transformación a la que no quería dar crédito. Esta vez no se resistió. Giró las antenas y descubrió en el quicio de la puerta una hermosa coccinella con su brillante cascarón rojo punteado de simétricos agujeros negros como el abismo.

© E.Z., 28 NOVIEMBRE 2013

2 comentarios sobre “DIVAGACIONES

  1. En su crítica al poeta argentino que comenta la vida de «Beda el venerable», la autora de este blog, Esther Zorrozua, indica que no está de acuerdo con la afirmación de que Beda le enseñó a sus discípulos la manera de leer, con entonaciones y pausas, basada en que » ¿Cómo se puede pensar siquiera que el mundo entero, dueño en origen de la literatura oral, pueblos acostumbrados a contar y a fabular, al enfrentarse a un texto escrito lo recitaran como una letanía sin principio ni fin?» Proporciona un excelente argumento al indicarnos que «América es un continente joven, pero también ellos tuvieron brillantes civilizaciones precolombinas. Se sabe que mayas y aztecas produjeron ricas cosmogonías escritas que, haciendo el camino inverso, han llegado a nosotros a través de la vía oral. ¿También ellos leían como quien reza sin ganas?»

    Estoy de acuerdo con ella en lo que respecta a los mayas, pues aquí en Guatemala se tiene como libro sagrado de los quichés el «Popol Vuh» o «Pop Wuj», e incluso en 2014 se desarrollará el VI Congreso donde se analizarán varias versiones del mismo. Empero, en eso de hacer entonaciones y pausas para leer, puedo afirmar que maestros y alumnos de escuela no saben leer y cuando realizan el acto de gesticular las palabras que leen, sencillamente lo hacen sin ganas, como una letanía. El caso extremo es cuando en una obra de teatro los actores recitan sus párrafos como si estuvieran leyendo, sin pausas ni entonaciones graves o agudas que motiven al espectador, que le hagan entender la obra, pues no le ponen emoción.

    Y qué decir de los políticos que leen discursos, ni siquiera se los aprenden sino que gesticulan como loros y no solo no pueden transmitir emociones sino que la lectura la realizan como escolares de primer año, que no pueden leer «de corrido» y confunden cómo se lee una C o una S y generalmente la Z la leen como S.

    Tenía razón Blas Bielsa con sus equíbocos. Ver “Los equíbocos de Blas Bielsa –Glosa improcedente”

    El mismo fue publicado el 8 de enero de 2014 en el blog “El ideario de un escribiente”
    http://elmundodefacundo.wordpress.com/2014/01/08/los-equibocos-de-blas-bielsa-glosa-improcedente-por-ariel-batres-villagran/

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    1. No veo contradicción alguna. Yo también observo tanto en las aulas, como en la palestra política o cualquier tipo de acto institucional, esa falta de ganas y de entonación que mencionas. Soy de la opinión de que es un valor (don, cualidad, como quieras) que tuvieron nuestros antepasados y, desgraciadamente, se ha perdido. La misma desgana general que se aprecia frente a la cultura. Antes el ignorante era respetuoso con el conocimiento; ahora, sencillamente, lo desprecia. Una pena.

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